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ORGANIZACIONES INTELIGENTES
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    “El problema no es la crisis, sino la indiferencia con la que se la gestiona.”
    — Adaptado de Mario Benedetti

    Vivimos tiempos críticos. No solo por las guerras, el cambio climático o las economías tambaleantes. También por la crisis de humanidad dentro de instituciones, gobiernos y


    empresas. En medio de exigencias crecientes, hay algo que muchas organizaciones siguen ignorando: el costo invisible de la indiferencia.

    Cuando las instituciones normalizan el abandono

    En Oaxaca, en diciembre de 2024, una mujer de 40 años dio a luz en la banqueta frente al Hospital General de Tuxtepec, al no ser atendida a tiempo por el personal médico. Lo escandaloso no fue solo el hecho, sino la frialdad con la que la institución asumió esta emergencia. Esta indiferencia institucional refleja una realidad que muchas empresas replican a diario:

    • Se normalizan las jornadas extendidas no pagadas como “compromiso”.
    • Se exige lealtad, pero no se devuelve en cuidado ni reconocimiento.
    • Se silencia el agotamiento, como si el cansancio emocional fuera una debilidad.
    • Se recorta personal sin aviso, sin contención, sin empatía.
    • Se descarta a quien ya no rinde igual, como si las personas fueran piezas reemplazables.

    En un caso reciente en Los Mochis, Sinaloa, un trabajador de una maquiladora sufrió un infarto tras haber solicitado permiso para salir a recibir atención médica y ser negado por Recursos Humanos. A pesar del llamado de sus compañeros y la llegada de paramédicos, lamentablemente falleció. La respuesta institucional fue minimizar el suceso y negar responsabilidades.

    ¿El resultado? Malestar silencioso, rotación constante, ansiedad, apatía… y una cultura laboral que se sostiene solo con miedo.

    Las emociones no son lujo, son sistema nervioso organizacional

    Una empresa puede tener los mejores procesos, pero si sus decisiones se toman sin empatía, se colapsará desde adentro. La indiferencia emocional también es una forma de violencia, aunque no grite.

    Ignorar las emociones es ignorar el motor invisible del trabajo humano.

    En tiempos de crisis, muchas organizaciones se vuelven aún más frías:

    “No podemos aflojar.”

    “Esto es lo que hay.”

    “Agradece que tienes trabajo.”

    Pero esa lógica erosiona la conexión entre personas y propósito. Y sin propósito, todo esfuerzo se vuelve agotador.

     

    🌱 ¿Qué puede hacerse? Soluciones con ética y empatía

    ·       Revisar las decisiones desde lo humano

    ·       Cada política, recorte o nuevo proceso debe preguntarse:

              ¿Cómo impacta esto emocionalmente a quienes lo vivirán?

    La empatía debe formar parte de la estrategia, no del discurso.

     

    Reconocer la sobreexigencia como un riesgo

    Pedir más sin recursos, sin descanso y sin reconocimiento es una receta para el abandono emocional.

    Solución: establecer límites reales a la carga, auditar el tiempo extra no remunerado, y valorar el esfuerzo invisible.

     

    Comunicar con honestidad y contención

    👉 En contextos de crisis, la transparencia no basta.

    Hace falta explicar el porqué de las decisiones, abrir espacios de diálogo y ofrecer contención emocional.

    “Esto es difícil para todos, ¿cómo te sientes con esto? ¿Qué necesitas para transitarlo mejor?”

     

    Formar líderes con criterio ético y emocional

    No se trata solo de "motivación", sino de liderar desde el cuidado y la justicia emocional.

    Capacitar a quienes toman decisiones para que piensen con empatía, no solo con eficiencia.

     

    Transformar la cultura del silencio

    Promover entornos donde el malestar pueda nombrarse sin miedo.

    Crear canales de denuncia emocional, espacios de escucha, y políticas reales de prevención de abuso, no solo protocolos vacíos.

     El precio de la indiferencia no se mide en balances financieros. Se mide en desgaste invisible, en salud mental deteriorada, en talento que se va sin decir adiós.

    En tiempos de crisis, las organizaciones que sobreviven no son las más rígidas, sino las más emocionalmente inteligentes.

    Porque cuidar no es debilidad: es estrategia de largo plazo.

    Rocío Burciaga

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     El objetivo del cuento es dar una idea de lo mal que a México le iria en caso de una invasión, que es lo que muchos medios tradicionales de este país estan pidiendo a gritos. Aprendamos a ser analistas 



    Capítulo 1: Soberanía SA de CV

    Aurelio Mena jamás pensó en la patria como algo más que un lugar para facturar. En su empresa de maquila avanzada, el nacionalismo se medía en dólares.

    Cuando los primeros misiles cayeron en zonas militares del norte, él estaba brindando con whisky en su sala de juntas, convencido de que eso significaba el inicio de una nueva era para los negocios.

    La televisión estatal había desaparecido. Solo quedaban las señales 'colaborativas', controladas por el nuevo gobierno de transición. Un vocero sin rostro, con voz digitalizada, decía:

    'La operación Libertad Estratégica no es una guerra, es una reestructuración continental. El pueblo mexicano tiene la oportunidad de integrarse a un sistema más eficaz.'

    Aurelio lo repetía como mantra:

    'Sistema más eficaz... más clientes, más control, menos sindicatos. Esto es progreso.'


    Capítulo 2: Las calles huelen a plástico quemado

    El calor ya no era natural. Había un olor permanente a plástico derretido, a cuerpos chamuscados y a miedo viejo.

    Los convoyes del USMC patrullaban Monterrey con drones de reconocimiento. Toda persona que caminara sin QR de movilidad podía ser detenida o neutralizada. Las zonas grises -colonias populares sin acceso a energía ni agua- crecían a cada semana.

    Aurelio viajaba blindado. Entraba a los parques industriales con credenciales que ahora llevaban bandera norteamericana. Mientras tanto, su chofer pasaba retenes donde se confiscaban víveres, niños lloraban, y mujeres eran escaneadas como si fueran paquetes.

    'Ellos no entienden que esto es por el bien del país', decía Aurelio mirando por la ventana.


    Capítulo 3: Contratos de sangre

    Un general estadounidense le ofreció a Aurelio el negocio más lucrativo de su vida: gestionar un centro de procesamiento migratorio.

    'Trabajo limpio. Registro, almacenamiento, control.'

    Le entregaron una nave industrial. Él puso los códigos de acceso, las cámaras, la logística. En menos de un mes, había 2,300 personas hacinadas. Nadie salía.

    Al principio, no preguntó. Solo firmó y cobró.

    Hasta que una mañana encontró a su exsecretaria en una celda, flaca como alambre, con un ojo reventado y los labios cosidos con alambre de oficina.

    'Aurelio', dijo, '¿Sabes quién le vendió nuestros nombres?'

    Él tembló. Porque sí sabía.

    Capítulo 4: Patriota del progreso

    Su esposa y sus hijos habían sido evacuados al sur. La resistencia crecía: bombas caseras, ataques a drones, ejecutivos asesinados en cafés caros. Aurelio dormía con un arma bajo la almohada y un botón de emergencia que ya nadie respondía.

    El último reporte financiero fue espectacular: crecimiento del 240 %.

    Pero no había clientes.

    No había país.

    Solo estructuras, números, cadáveres.

    Y un hombre solo, encerrado en una oficina vacía, viendo por la ventana cómo arde lo que alguna vez fue Monterrey.

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    “El liderazgo es, ante todo, un acto humano.”
    — Simon Sinek

    En un mundo empresarial que evoluciona a gran velocidad, muchas organizaciones aún mantienen modelos de liderazgo rígidos, verticales y autoritarios. Aunque pueden parecer funcionales a corto plazo, estos estilos tienen un defecto profundo: carecen de empatía. Y esa carencia tiene un costo silencioso… pero insostenible.


    ¿Qué pasa cuando la empatía no forma parte del liderazgo?

    Un líder que no escucha, que minimiza las emociones o que solo ve números y resultados, puede generar un entorno laboral funcional… pero emocionalmente frágil. Con el tiempo, esto se traduce en:

    • ·       Desconexión emocional entre líderes y equipos.
    • ·       Mayor rotación de talento.
    • ·       Ambientes de trabajo tensos y poco colaborativos.
    • ·       Pérdida de compromiso genuino.
    • ·       Iniciativas que fracasan por falta de confianza.
    • ·       Un liderazgo sin empatía puede sobrevivir un tiempo… pero nunca florecer.

     

    ¿Por qué la empatía es más que “ser amable”?

    La empatía en liderazgo no es blandura, ni simpatía pasajera. Es la capacidad de entender emocionalmente a los demás y actuar en consecuencia. Un líder empático:

    • ·       Escucha antes de imponer.
    • ·       Entiende que los errores son parte del aprendizaje.
    • ·       Valida las emociones sin juzgar.
    • ·       Acompaña procesos, no solo exige resultados.

    En contextos de crisis, cambio o incertidumbre (como los que vivimos hoy), la empatía no es opcional, es una herramienta de gestión estratégica.

     

    Señales de un liderazgo que caduca

    Un liderazgo que no escucha ni siente empieza a pudrirse desde adentro. Se nota cuando nadie puede hablar de lo que le duele, porque mostrar emociones “no es profesional”. Las decisiones se bajan como mandatos, sin explicaciones, sin diálogo. El miedo se vuelve método, y el silencio, estrategia. El reconocimiento desaparece, y solo se premia al que rinde... aunque se esté rompiendo por dentro. Así lideran algunos: apagando personas mientras presumen resultados.

     ¿Y qué pasa cuando se lidera con empatía?

    • Los equipos liderados con empatía:
    • Son más resilientes frente al cambio.
    • Confían más en sus líderes y en sus compañeros.
    • Innovan con mayor libertad porque no temen al error.
    • Se comprometen desde el propósito, no desde la obligación.
    •  Permanecen en la empresa porque se sienten vistos y valorados.

     

    ¿Cómo empezar a liderar con empatía?

    Romper con un liderazgo caducado no es fácil, pero es urgente. No basta con cambiar discursos: hay que transformar prácticas, creencias y formas de vincularnos con los equipos. Liderar con empatía no es “ser blando”, es tener el valor de reconocer lo humano en el otro. Es pasar del control a la conexión, del miedo al cuidado. Aquí no se trata de modas corporativas, sino de una nueva forma de liderar: una que escucha, acompaña y construye futuro con las personas, no a pesar de ella. 

    ·       Escucha activa

    Haz preguntas reales. Escucha sin interrumpir. A veces, un "te entiendo" vale más que una solución        inmediata.

     ·       Reconoce el esfuerzo, no solo el resultado

    Celebrar el camino recorrido fortalece la motivación y el vínculo emocional.

     ·       Gestiona desde el cuidado

    Asegúrate de que las metas no anulen la salud mental. Liderar también es proteger.

     ·       Desaprende para volver a aprender

    Deja atrás ideas caducas como “liderar es tener siempre la razón” o “emocionarse es debilidad”. El nuevo liderazgo se construye con humildad y coraje emocional.

     

    Una reflexión final:

    Una empresa puede sobrevivir sin empatía, pero nunca trascender.

    Un líder sin empatía puede controlar… pero nunca inspirar.

     

    Liderar sin empatía es una estrategia con fecha de caducidad.

    El cambio empieza por quien se atreve a sentir, escuchar y acompañar.

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    “La fatiga no proviene del trabajo, sino de la preocupación, la frustración y el resentimiento.”

    — Dale Carnegie, autor de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas

    Cada vez más personas se sienten agotadas, vacías, sin motivación. En el lenguaje corporativo le llamamos "burnout", pero ¿y si el problema es más profundo?


    Quizá no se trata de exceso de trabajo, sino de años de emociones ignoradas, vínculos rotos y una cultura laboral que exige resultados sin ofrecer humanidad.

    ¿Qué es realmente el burnout?

    Sí, el burnout puede deberse a sobrecarga, falta de descanso o presión. Pero muchas veces, el verdadero origen está en el abandono emocional: jefes que no escuchan, empresas que no cuidan, culturas que no reconocen el cansancio humano.

    Señales de abandono emocional sistemático:

    La vulnerabilidad es vista como debilidad.

    Las emociones no tienen espacio; solo importan los resultados.

    Los líderes evitan conversaciones incómodas.

    Se valora más “estar siempre disponible” que estar bien.

    No hay reconocimiento emocional: ni por el esfuerzo ni por el desgaste.

     

    ¿Por qué esto desgasta más que la carga de trabajo?

    Esto desgasta más que la carga de trabajo porque el cuerpo puede soportar la fatiga física, pero el alma se apaga cuando no encuentra sentido, conexión ni cuidado. Una persona puede sostener un ritmo intenso si lo hace desde el propósito, el reconocimiento y el acompañamiento humano. Sin embargo, cuando el esfuerzo se da en un entorno emocionalmente árido, donde no hay apoyo ni respeto, ese trabajo pierde sentido y se transforma en un agotamiento mucho más profundo: un agotamiento existencial.

     

    ¿Qué pueden hacer las organizaciones?

    Reconocer el agotamiento emocional como un síntoma de la cultura, no solo del individuo. No basta con ofrecer yoga o días libres. Hay que revisar cómo se lidera y cómo se trata a las personas. Para lograr una transformación profunda de la cultura organizacional y reconocer el agotamiento emocional como síntoma de la cultura —no solo del individuo— es necesario ir mucho más allá de ofrecer soluciones superficiales como yoga o días libres. Se requiere un cambio estructural en la forma en que se lidera y se trata a las personas. Aquí te detallo los pasos y enfoques clave respaldados por la evidencia:

    1.       Liderazgo empático y consciente. - Los líderes deben desarrollar habilidades de empatía, escucha activa y reconocimiento genuino de las necesidades emocionales de sus equipos. Un liderazgo empático no solo mejora el clima laboral, sino que también reduce el ausentismo y fortalece la confianza y la motivación.  La formación continua en competencias emocionales y en salud mental es esencial para que los líderes puedan identificar y abordar el agotamiento de manera efectiva.

    2.       Comunicación abierta y bidireccional. - Fomentar espacios donde los empleados puedan expresar sus preocupaciones sin miedo a represalias es fundamental. La comunicación efectiva y la retroalimentación constante permiten detectar señales tempranas de desgaste y actuar a tiempo.

    3.       Apoyo social y sentido de comunidad. - Crear sistemas de apoyo social dentro de la empresa, como grupos de apoyo, actividades de team building y programas de mentoría, fortalece las relaciones interpersonales y el sentido de pertenencia, factores clave para prevenir el agotamiento. Empresas exitosas han demostrado que un ambiente donde se fomenta la colaboración y el reconocimiento mutuo genera mayor resiliencia y menor rotación de personal.

    4.       Revisión de prácticas y políticas organizacionales. - Es necesario revisar y ajustar las cargas de trabajo, los procesos de evaluación y las expectativas para asegurar que sean realistas y sostenibles. Establecer límites claros entre la vida laboral y personal, así como políticas de flexibilidad, ayuda a proteger el bienestar emocional de los empleados.

    5.       Reconocimiento y valoración del trabajo. - Celebrar los logros y reconocer el esfuerzo de manera auténtica aumenta la motivación y el compromiso, y reduce la sensación de abandono emocional.

    6.       Prevención y gestión del cambio. - La transformación cultural debe gestionarse considerando el impacto emocional del cambio en las personas. La fatiga del cambio ocurre cuando se imponen demasiadas transformaciones sin recursos ni espacios para procesarlas; por eso, es clave acompañar a los equipos y darles tiempo y apoyo para adaptarse.

     

    Abordar el abandono emocional sistemático implica acciones concretas que vayan más allá del discurso. Es necesario formar líderes que acompañen emocionalmente a sus equipos, no solo supervisen tareas. Escuchar, validar y contener debe ser parte de su competencia básica. Además, abrir espacios reales de conversación donde se puedan expresar emociones, frustraciones y miedos sin temor a represalias, fortalece el vínculo humano dentro de las organizaciones. Revisar los valores y las prácticas cotidianas también es fundamental: lo que se premia, lo que se silencia y lo que se normaliza construyen (o destruyen) la cultura real. Finalmente, implementar herramientas como la evaluación 360° permite a los líderes recibir retroalimentación honesta sobre su estilo de gestión, mientras que monitorear regularmente el clima laboral mantiene el foco en el bienestar colectivo y en la mejora continua de la experiencia organizacional.

    Por Rocío Burciaga desde la editorial de Aprendizaje Holístico Empresarial

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    “La mejora continua es imposible sin mejora personal.”

    — W. Edwards Deming, referente en gestión de calidad y mejora organizacional

     

    En los últimos años se ha hablado mucho del burnout como el gran enemigo del bienestar en el trabajo. Sin embargo, hay otro fenómeno menos visible pero igual de dañino: el abandono emocional del trabajador.


    A diferencia del burnout, que se manifiesta como un agotamiento extremo físico y mental tras una sobrecarga prolongada, el abandono emocional es una desconexión interna. Es el momento en que el trabajador, sin dejar su puesto, renuncia emocionalmente a su trabajo. Sigue ahí, pero ya no está presente con el corazón ni con la mente.

    ¿Qué es exactamente el abandono emocional?

    Es cuando el trabajador pierde el vínculo emocional con su entorno laboral. No es que no sepa hacer su trabajo, es que ya no le importa. Ha dejado de invertir energía emocional, ha perdido el interés y la motivación, aunque aún esté cumpliendo sus tareas mínimas.

    Este abandono suele ser una respuesta a un entorno emocionalmente hostil o indiferente, donde no hay escucha, reconocimiento ni sentido de pertenencia.

     

    ¿En qué se diferencia del burnout?

    Burnout

     

    Abandono emocional

    Agotamiento físico y mental extremo

     

     

    Desconexión afectiva, sin necesariamente agotamiento.

    Se quiere seguir, pero ya no se puede.

     

    Se puede seguir, pero ya no se quiere.

    Suele ser consecuencia de sobrecarga laboral.

     

    Suele ser consecuencia de indiferencia emocional y desmotivación.

    Produce estrés, ansiedad, insomnio.

     

     

    Produce apatía, frialdad emocional, desinterés.

    Es visible: el cuerpo y el ánimo se colapsan.

     

     

    Es invisible: se camufla como “cumplimiento básico”


    ¿Cómo se manifiesta?

    ·       “Hago lo que me toca, pero no doy más”.

    ·       “Ya no me importa si las cosas salen bien o mal”.

    ·       “No confío en mis líderes, no me siento parte de nada”.

    ·       “Antes me importaba… ahora solo quiero salir de aquí”.

    ·       No hay gritos, ni quejas. Solo una desconexión gradual, una especie de “renuncia silenciosa”.

    ¿Cómo se puede prevenir?

    ·       Escucha activa: que la persona sienta que su voz importa.

    ·       Reconocimiento sincero, no solo por resultados, también por esfuerzo.

    ·       Espacios seguros emocionalmente, donde se pueda hablar de malestar sin temor.

    ·       Liderazgo empático: los líderes deben ser humanos, no solo gestores.

    ·       Propósito claro: que el trabajador sepa por qué hace lo que hace.

    ¿Qué hacer cuando ya hay abandono emocional en el equipo?

    Cuando un trabajador ya se ha desconectado emocionalmente, no basta con motivarlo superficialmente. Frases como “échale ganas” o “necesitamos compromiso” solo empeoran la desconexión. Se requiere reconstruir el vínculo con acciones concretas y auténticas.

    1.Reconocer el abandono sin juicio

    👉 Lo primero es aceptar que algo se rompió. La persona no se desconectó porque sí, sino como resultado de un entorno que no validó sus emociones o necesidades.

    Ejemplo de enfoque útil:

    “He notado que algo ha cambiado en tu forma de estar en el equipo. Me gustaría saber cómo te sientes y qué podemos mejorar juntos.”

     

    2. Escuchar con empatía y sin defensas

    👉 No se trata de defender la empresa o justificar el sistema. Es momento de escuchar de verdad, permitir que la persona diga lo que siente, incluso si eso incomoda.

    La empatía repara más que cualquier plan de motivación.

     

    3. Reconstruir confianza poco a poco

    👉 El abandono emocional genera desconfianza. No basta con una plática. Hay que demostrar con acciones que ahora sí hay interés real por el bienestar.

    ·       Cumple lo que prometas

    ·       Crea espacios de participación

    ·       Reconoce avances, por pequeños que sean

     

    4. Revisar el entorno, no solo al individuo

    👉 El problema no está solo “en quien se desmotivó”. Muchas veces el abandono emocional es una reacción saludable a un sistema enfermizo.

    Pregúntate:

    ·       ¿El liderazgo es empático o controlador?

    ·       ¿Se reconocen logros o solo se exige?

    ·       ¿Hay sentido de pertenencia en el equipo?

    Si el sistema sigue igual, el abandono volverá… aunque cambien las personas.

     

    5. Ofrecer caminos reales de reenganche o salida digna

    👉 No todos quieren o pueden reconectar. Y eso está bien. Obligar a alguien a “volver a comprometerse” solo Re victimiza.

    🔹 Si hay voluntad, acompáñalo en su reactivación emocional.

    🔹 Si no, ofrece una salida respetuosa y humana, sin culpas.

     

    El abandono emocional no es un problema individual: es un síntoma colectivo. Es un llamado de atención a cómo estamos liderando, comunicando y cuidando en el trabajo.

     

    En vez de culpar al que se desconectó, hagamos autocrítica como líderes, equipos y organizaciones.

    Porque recuperar el vínculo emocional es posible, pero solo desde la verdad, la empatía y el compromiso humano.

    Chio Burciaga
    Capacitador
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    “La mejora continua es imposible sin mejora personal.”

    — W. Edwards Deming, referente en gestión de calidad y mejora organizacional

     

    En manufactura, solemos hablar de eficiencia, reducción de desperdicios, tiempos estándar y procesos optimizados. Pero rara vez hablamos del humano detrás del proceso. De sus emociones, su motivación o su capacidad de colaborar bajo presión.


    La mejora continua no es solo una cuestión de herramientas: es una cultura. Y toda cultura nace de personas. Personas que sienten, que se frustran, que se adaptan… o que se resisten.

    Por eso, la inteligencia emocional ya no es un “plus” en la industria: es un habilitador estratégico.

    ¿Qué tiene que ver la inteligencia emocional con la mejora continua?

    Todo. Porque mejorar implica enfrentar errores, recibir retroalimentación, tolerar el cambio y colaborar entre áreas. Y todo eso… es emocional. Un operario que no se atreve a proponer una mejora por miedo a ser ignorado o ridiculizado, es una oportunidad perdida. Un líder de línea que no sabe escuchar o que responde con agresividad ante un fallo, está rompiendo el ciclo de mejora.

    Señales de que falta inteligencia emocional en tu planta o proceso:

    ·  Las juntas de mejora son monólogos, no espacios de co-creación.

    ·  Los errores generan castigo, no aprendizaje.

    ·  La gente “cumple” pero no se involucra.

    ·  El miedo al juicio paraliza la innovación.

    ·  Las ideas mueren antes de ser escuchadas.


    Inteligencia emocional para la mejora continua: 4 claves

    1. Crear un ambiente emocionalmente seguro

    Donde las personas puedan hablar sin miedo. La mejora no sucede en la tensión, sino en la confianza.

    Un equipo emocionalmente seguro propone, arriesga, aprende.

     

    2. Formar líderes que escuchen y gestionen emociones

    Un supervisor con empatía no tolera todo, pero entiende antes de corregir. Y eso cambia todo.

    Un buen líder de mejora continua no solo domina Lean o Kaizen, también sabe leer el estado emocional de su equipo.

     

    3. Transformar el error en oportunidad emocional

    Cuando una persona comete un error, no basta con hacer el “5 porqués”.

    Hay que entender también lo emocional: ¿Hubo miedo? ¿Falta de apoyo? ¿Falta de claridad?

    Cada mejora técnica debe ir acompañada de una reflexión emocional.

     

    4. Incluir indicadores humanos en la mejora continua

    ¿Y si junto al OEE y al tiempo ciclo, medimos clima, satisfacción o nivel de confianza en el equipo?

    Porque lo que no se mide, no se mejora… incluso cuando se trata de emociones.

    La inteligencia emocional no es solo para coaches o psicólogos, es una herramienta poderosa para transformar la cultura de trabajo en manufactura, impulsar la innovación desde el piso de producción y sostener la mejora continua a largo plazo.

    Quizá el cambio que esperas en tus indicadores no empieza con una herramienta…

    Sino con una conversación emocionalmente madura.

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    “La inteligencia emocional es la clave del éxito duradero.”

    — Travis Bradberry, coautor de Emotional Intelligence 2.0


     En muchas organizaciones, la cultura se presume como un activo… pero se ignora cuando duele. Una cultura tóxica no siempre grita: a veces susurra con silencios incómodos, miradas evitadas y reuniones eternamente tensas. Y lo más grave es que estas señales suelen normalizarse.


    Señales que no debes ignorar:

    ·       Nadie habla de lo que realmente siente. Las emociones se reprimen “para no parecer débiles”.

    ·       Se premia el aguante, no el equilibrio. Quien dice “no puedo más” es descartado.

    ·       La retroalimentación es una amenaza, no una herramienta.

    ·       Las decisiones se toman desde el miedo, no desde la colaboración.

    ·       El estrés crónico se vuelve parte del uniforme.

    ¿Qué provoca esto?

    ·       Una cultura tóxica no solo daña el clima laboral: hiere silenciosamente la salud mental y emocional de las personas. Sus efectos pueden parecer "normales" al principio, pero con el tiempo se vuelven insostenibles:

    ·       Alta rotación de personal. Los empleados no renuncian a los sueldos, renuncian a los ambientes que los desgastan emocionalmente. La rotación constante genera inestabilidad, pérdida de conocimiento y un incremento en los costos de reclutamiento.

    ·       Ansiedad y agotamiento crónico. El estrés continuo no gestionado produce ansiedad, insomnio, desmotivación y una disminución de la creatividad. Esto lleva a colaboradores en piloto automático, con la energía justa para sobrevivir el día.

    ·       Desvinculación emocional. Las personas dejan de comprometerse. Hacen lo mínimo, evitan responsabilidades extra, y dejan de aportar ideas porque sienten que nada cambiará.

    ·       Enfermedades psicosomáticas. Dolores físicos, problemas digestivos, contracturas musculares o caída del cabello muchas veces son síntomas de un ambiente emocionalmente insano.

    ·       Productividad en descenso. Aunque la cultura tóxica a veces exige más, termina obteniendo menos. Las emociones reprimidas, el miedo a equivocarse y la falta de confianza reducen el rendimiento a mediano y largo plazo.

    ¿Qué puedes hacer para eliminar o disminuir una cultura tóxica?

    1. Reconoce que el problema existe

    El primer paso es aceptar que la cultura emocional importa. Negar el mal ambiente solo lo empeora. Los líderes deben abrir conversaciones sinceras, sin miedo a escuchar lo incómodo.

      "Lo que no se nombra, no se transforma."

    2. Evalúa riesgos psicosociales

    Apóyate de la NOM-035-STPS-2018, esta norma obliga a las empresas a identificar y gestionar los factores que afectan el bienestar emocional de sus trabajadores. No se trata solo de cumplir con la ley: es una herramienta clave para prevenir una cultura tóxica. Esta norma exige que las organizaciones:

     ·  Detecten los factores de riesgo psicosocial, como:

    – Violencia laboral o acoso

    – Jornadas excesivas

    – Falta de control sobre el trabajo

    – Ambientes tensos o de liderazgo autoritario

     · Apliquen cuestionarios diagnósticos a los colaboradores, de manera confidencial y respetuosa, para conocer su percepción del entorno laboral.

    ·  Diseñen e implementen acciones correctivas, como ajustes en las cargas de trabajo, programas de apoyo emocional o capacitación para líderes.

    3. Forma líderes emocionalmente inteligentes

    No basta con habilidades técnicas: los líderes necesitan formación en empatía, comunicación y gestión emocional. Un mal jefe puede hacer más daño que una mala política. Invertir en inteligencia emocional es invertir en prevención.

    4. Abre espacios seguros de diálogo

    Crea canales reales (no simbólicos) donde las personas puedan expresar lo que sienten sin miedo a represalias: buzones confidenciales, círculos de escucha, espacios con RRHH.

    5. Rediseña la cultura desde los valores

    Una empresa emocionalmente saludable:

    ·       Fomenta la empatía y la cooperación.

    ·       Reconoce el trabajo sin explotación.

    ·       Promueve el equilibrio entre vida y trabajo.

    ·       Escucha activamente antes de imponer.

    Recuerda : No se trata de dar beneficios superficiales (como fruta o yoga), sino de transformar las relaciones humanas dentro del trabajo.

    6. Monitorea y mejora continuamente

    Aplica encuestas de clima organizacional, mide el ausentismo, evalúa la satisfacción y el compromiso. Los datos emocionales también son indicadores clave.

     tu cultura habla… incluso cuando callas

    Una cultura tóxica no se disfraza con discursos motivacionales ni se corrige con decoraciones en la oficina. Se sana con conciencia, compromiso y acción. Hoy más que nunca, la inteligencia emocional no es un lujo: es una necesidad estratégica. Ignorar el estado emocional de las personas es ignorar la base misma del desempeño sostenible. Transformar la cultura laboral requiere valentía: para escuchar lo que incomoda, para soltar lo que ya no funciona y para construir un entorno donde el respeto, la empatía y la salud emocional no sean excepciones… sino lo normal.


    🌱 Una organización emocionalmente sana no es perfecta, pero se esfuerza todos los días por ser humana. 

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    “Invertir en conocimientos produce siempre los mejores beneficios.”

    — Benjamín Franklin

     político, inventor y pensador estadounidense

     

    Vivimos en la era dorada de la información. Con un par de clics puedes acceder a tutoriales, artículos, videos, podcasts y foros sobre prácticamente cualquier tema: desde física cuántica hasta cómo preparar café de especialidad. Entonces, si internet ya te ofrece todo esto gratis… 

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    La respuesta no es tan obvia como parece, y es justo lo que marca la diferencia entre consumir información y transformarla en aprendizaje útil y aplicable.

    1. Un curso no es solo contenido, es estructura

    Internet está lleno de recursos, pero rara vez están ordenados. Un curso bien diseñado te ofrece un camino claro, paso a paso, evitando que te pierdas o te frustres entre miles de videos que dicen cosas diferentes. Pagas por una hoja de ruta que te ahorra tiempo, errores y confusión.

    2. Acompañamiento de expertos

    Puedes ver 50 tutoriales de algo, pero si no entiendes un punto clave o aplicas mal un concepto, nadie te corrige. En cambio, un curso con mentoría o asesoría te permite interactuar con profesionales que ya vivieron lo que tú estás aprendiendo. Eso vale oro.

    3. El valor del compromiso

    Lo gratis no siempre se valora. Muchas personas descargan decenas de PDFs o guardan enlaces de YouTube… que nunca abren. Al pagar un curso, psicológicamente te comprometes más. Te esfuerzas. Tomas notas. Te involucras. Invertir dinero también es invertir energía.

    4. Certificación y validación profesional

    Los cursos de pago, sobre todo si están bien acreditados, te otorgan certificados o constancias que pueden ayudarte a conseguir empleo, clientes o avanzar en tu carrera. En cambio, ver 40 horas de contenido gratuito no deja huella en tu currículum.

    5. De la información al impacto

    La información por sí sola no genera transformación. Lo que cambia tu realidad es aplicar ese conocimiento con intención, enfoque y práctica. Los cursos están diseñados para ayudarte a lograr eso, con ejercicios, retroalimentación, comunidad y recursos prácticos.

    Pagar por un curso no es pagar por algo que “podrías encontrar gratis”. Es invertir en claridad, en guía experta, en enfoque, en compromiso, y en resultados.

    Si lo ves así, no estás gastando dinero. Estás invirtiendo en ti.


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    Rocio Burciaga de la redacción de AHE

    "Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad."

    — Viktor Frankl


    Cuando hablamos de producción, pensamos en eficiencia, tiempos estándar, calidad y seguridad. Pero hay un elemento silencioso que puede mejorar (o entorpecer) todo lo anterior:


    la inteligencia emocional. No es exclusivo de oficinas ni de cargos directivos; también se necesita en la línea de ensamblaje, en el taller o en el almacén.

    A continuación, te comparto 4 formas concretas en que la inteligencia emocional puede marcar la diferencia en las áreas operativas:

    1. Supervisores que escuchan, no solo corrigen

    Un buen supervisor no es el que más grita ni el que más reportes llena. Es el que sabe cuándo hablar y, sobre todo, cuándo escuchar.

    Cuando un operador tiene un error o un retraso, la reacción emocional del supervisor define el ambiente:

    • ¿Grita? Causa miedo.
    • ¿Ignora? Genera desinterés.
    • ¿Pregunta con calma? Genera aprendizaje.

    ✅ Frase útil para supervisores:          

    “Ayúdame a entender qué pasó para que podamos mejorarlo juntos.”

     

    2. Operadores que saben gestionar la presión

    Un cambio de lote, una máquina detenida, un auditor en piso…

    La presión en producción es constante. Por eso, enseñar al personal a identificar sus emociones y expresarlas con respeto ayuda a prevenir errores y conflictos.

     

    ✅ Ejercicio práctico:

    Al detectar enojo, frustración o tensión:

    ☯ Respira 3 veces, cuenta hasta 5, y luego comunica el problema, no la emoción.  

    Ejemplo: En vez de decir “¡Esto siempre falla!”, decir “La máquina ha fallado dos veces hoy, y me atrasa el proceso.”

     

    3. Empatía operativa: comprender antes de ordenar

    Un supervisor que entiende que un operador llegó tarde porque tuvo un problema familiar, o que reconoce el cansancio acumulado, genera lealtad y compromiso.

    No se trata de justificar todo, sino de ver al equipo como personas, no como partes de una máquina.

    ✅ Acción sencilla:

    Preguntar: “¿Todo bien en casa?” no quita productividad, pero suma confianza.

     

    4. Resolver conflictos sin dividir al equipo

    Entre operadores o entre turnos, los roces son comunes. El supervisor con inteligencia emocional no toma partido inmediato. Escucha ambas versiones, valida emociones y enfoca la solución en el proceso, no en la persona.

    ✅ Modelo breve para resolver conflictos:

    Escucho a ambos sin interrumpir

    Repito lo que entendí (para validar)

    Pregunto: “¿Qué solución ven ustedes?”

    Propongo un acuerdo, con seguimiento

     

    Las máquinas siguen procesos. Las personas sienten, se frustran, se cansan… y también se motivan.

    ¿Y si la próxima mejora en tu línea de producción no viniera de una herramienta nueva, sino de una nueva forma de relacionarte con tu equipo?

    La inteligencia emocional podría ser el siguiente gran paso operativo. Solo hay que atreverse a verla como parte del trabajo.

    ¿O tú qué opinas?


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    La inteligencia emocional no es un talento innato, es una elección diaria: escuchar en lugar de reaccionar, comprender antes de juzgar, y sentir sin perder el equilibrio."

    — Anónimo

    Los años 2020 han traído avances tecnológicos sin precedentes, pero también una creciente desconexión humana. Vivimos en la era de la hiperconectividad digital y, sin embargo, cada vez se hace más difícil conectar de forma auténtica con el otro. ¿Qué nos está faltando? Probablemente lo que menos se ve, pero más se necesita: inteligencia emocional.


    Aunque el término pueda sonar abstracto, la inteligencia emocional es concreta y vital. Fue popularizada por Daniel Goleman en los años 90, y se refiere a la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones, así como de relacionarnos empáticamente con las emociones de los demás. No es algo exclusivo de psicólogos o líderes empresariales: es una habilidad que todos deberíamos desarrollar.

    En esta década, su ausencia se nota en muchos frentes:

    ·       En la política, donde el cinismo reemplaza a la escucha.

    ·       En los influencers, que confunden sinceridad con crueldad.

    ·       En la vida cotidiana, donde la reacción inmediata sustituye al pensamiento reflexivo.

    ¿Qué implica tener inteligencia emocional? Aquí algunas claves básicas:

    ·       Autoconciencia: Saber qué sentimos, por qué lo sentimos y cómo esas emociones influyen en nuestras decisiones.

    ·       Autorregulación: Ser capaces de manejar nuestras emociones, sin negarlas ni ser dominados por ellas.

    ·       Motivación interna: Hacer las cosas con sentido y propósito, no solo por aprobación externa.

    ·       Empatía: Ponerse en el lugar del otro, no para juzgar, sino para comprender.

    ·       Habilidades sociales: Comunicarse con claridad, escuchar activamente, resolver conflictos de forma constructiva.

    ·       Cultivar estas habilidades no nos hace más "blandos"; nos hace más humanos. Y en tiempos de tanto ruido, algoritmos y discursos polarizados, la inteligencia emocional se convierte en un acto revolucionario.

    Este es solo el comienzo. En las siguientes publicaciones, iremos explorando cada una de estas habilidades con ejemplos, ejercicios y reflexiones. Porque si algo necesita esta década, no son más voces gritando… sino más personas comprendiendo.

     

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     La productividad nunca es un accidente. Siempre es el resultado de un compromiso con la excelencia, una planificación inteligente y un esfuerzo enfocado.”

    — Paul J. Meyer

    En esta tercera década del siglo XXI, todavía hay empresas que no controlan sus cuellos de botella, y eso limita gravemente su capacidad de competir.


    En todo sistema de producción, hay un punto donde el flujo se desacelera. Esa estación que acumula inventario, que siempre está bajo presión o que parece “no dar abasto”. Ese es el cuello de botella, y aunque es común, su impacto puede ser profundo: reducción de productividad, retrasos en las entregas y pérdida de eficiencia operativa.

     ¿Qué es realmente un cuello de botella?

    Es el recurso (persona, máquina, proceso) cuya capacidad es la más baja en toda la cadena productiva. Esto no solo afecta su propio desempeño, sino que limita el rendimiento del sistema completo. Mientras no se aborde, cualquier intento de mejorar otras áreas resultará marginal.

    Dónde aparecen y cómo reconocerlos

    Los cuellos de botella no siempre son evidentes. A veces están disfrazados bajo rutinas normales. Pero hay señales clave:

    • Acumulación constante de inventario antes de una estación.

    • Operadores ociosos en etapas posteriores, esperando piezas.

    • Tiempos de entrega inconsistentes, aunque la demanda sea estable.

    Observar la línea de producción durante los picos de trabajo suele revelar más que cualquier reporte: lo que no fluye es lo que frena.

    Más allá de la observación: herramientas para el diagnóstico

    Una forma efectiva de empezar es trazar un mapa de flujo de valor. Al registrar tiempos de ciclo, capacidad y tiempo de espera en cada etapa, se obtiene una radiografía clara del sistema. Otras herramientas complementarias:

    • Gráficas de carga de trabajo: permiten comparar capacidad vs. demanda.

    • Diagramas de Gantt de producción: evidencian acumulaciones y retrasos.

    • Teoría de Restricciones (TOC): propone enfocar la mejora continua en el recurso más limitado.

    Cuando mejorar no significa acelerar

    Una reacción común es intentar hacer más rápido el cuello de botella. Pero acelerar sin estrategia puede generar desperdicio. A veces la solución está en:

    • Redistribuir tareas hacia estaciones menos cargadas.

    • Eliminar interrupciones o actividades sin valor agregado en la estación crítica.

    • Modificar el flujo para evitar acumulaciones innecesarias (por ejemplo, aplicar principios de flujo continuo o pull system).

    Lo esencial es no mejorar en aislamiento. Si el cuello de botella cambia de lugar con cada ajuste, significa que el sistema está madurando.

    Cuellos de botella como oportunidad

    Aunque limitan, los cuellos de botella también indican dónde enfocar esfuerzos. Si se mejora el recurso más débil, todo el sistema se beneficia. Es como ajustar el eslabón más frágil de una cadena: se eleva la resistencia global. Verlos como una oportunidad y no como un problema cambia la mentalidad del equipo. En lugar de buscar culpables, se inicia una búsqueda compartida de soluciones.


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